sábado, 17 de diciembre de 2011

[Alberion] Capitulo II - "Que me dejen en paz."

-Silencio, por favor. - dijo la directora, una mujer relativamente joven, de unos treinta años, de pelo negro como el azabache y salpicado por varios rulos. Mucha gente se preguntaba cómo podía alguien tan joven ocupar semejante puesto. - He de anunciar algo importante.
-Por Dios, que deje la escuela y se dedique a hacer películas po... - empezó Neil, un muchacho bastante pervertido que estaba obsesionado con la directora. Por suerte, ésta continuó y cortó su frase;
-Hay un intruso en la academia. Se trata de una persona normal y corriente, un humano de los que pasean por las calles de Dublín, ajenos a nuestros asuntos y vidas. Ésta escuela lleva en funcionamiento ya doscientos treinta y siete años. Y nunca la han descubierto. Si la descubren ahora, en los tiempos que corren, sería fatal para nosotros, y también lo sería para la Sede Elementalista de Nueva York. No podemos permitir que eso ocurra. Si han llegado a meterse en nuestro propio terreno, no es por mera curiosidad. Así que, los profesores hemos hablado y hemos tomado una decisión. - la directora dejó unos segundos para que los alumnos asimilaran toda la información.
-La Sede Elementalista es una organización que controlaba todas las academias de elementos que había en el mundo. Ahora sólo está la nuestra, así que aquella asociación y esta academia es lo único que queda de magia. - aclaró Zéfiro, al ver la cara de Abel, que detonaba ignorancia hacia todo lo que había dicho la directora.
-¿Y tan grave es que nos descubran? No creo que pudieran hacernos nada. - respondió el muchacho.
-Abel, entre la Sede y nuestra academia juntaremos... medio millón de personas, como máximo. Ahí fuera hay seis mil millones de personas. - intervino Cindy.
-Tu hermana tiene razón. Y si nos descubrieran, ten por seguro que nos tratarían como a monos de circo, nos tendrían como esclavos, nos tendrían vigilados o incluso nos matarían. - terminó Ibeth.
-Sí, pero... - continuó Abel, pero la directora terminó su discurso:
-Es obvio que no podemos quedarnos de brazos cruzados mientras nos delatan, así que haremos dos cosas. En primer lugar, emplearemos todas nuestras fuentes y pistas en encontrar al intruso. Por razones claras, la academia estará cerrada a cal y canto durante cinco días. Si fueran necesarios más, se ampliaría dicho período. Y en segundo lugar, y de manera paralela a la anterior, enviaremos a dos profesores a Londres. Esto es porque tenemos la certeza de que el intruso proviene de allí, y queremos investigar todas las organizaciones de las que pueda haber salido. Esto os concierne a todos los estudiantes, ya que un máximo de cinco alumnos podrán acompañarles, tanto para ayudar como para aprender. - se notó un gran asombro en toda la sala, y algunos profesores miraron a la directora, unos con cara de asombro, otros con cara de desprecio. Zéfiro enarcó una ceja. Luego la directora continuó - evidentemente, sólo podrán ir los alumnos mejor cualificados y talentosos. Se trata de algo importante y de mayor nivel, por lo que aquellos alumnos escogidos no podrán negarse. Muchas gracias, pueden marcharse.
Dicho esto, la gente empezó a levantarse y a salir por la puerta lentamente. Sin embargo, Zéfiro se levantó rápidamente y salió de allí rápidamente. Abel e Ibeth le siguieron a toda prisa. Una vez en el cuarto de Abel y Zéfiro, éste golpeó su escritorio, sin fuerza pero con contundencia, y miró por la ventana mojada a causa de la lluvia. Segundos después, entraron Abel e Ibeth.
-¿Qué narices te pasa? - preguntó el muchacho.
-Ha dicho talentosos. Alumnos talentosos. Ir a Londres. Y sin poder negarse. - respondió Zéfiro, sin mirarles. Sus amigos no supieron qué decir. Tras un silencio tenso, Ibeth decidó probar a abrir la boca.
-Bueno... Piénsalo bien, Zef. Posiblemente seas el alumno más talentoso de la academia, pero nunca te tienen en cuenta para nada. - cualquier persona se habría sentido ofendida, pero para Zéfiro era un halago. Éste suspiró y se giró.
-Sí, pero nunca ha habido un asunto de esta importancia. Puede que aquí sí me tengan en cuenta. - frunció el ceño. - Yo sólo quiero que me dejen en paz.
-Pero si hace unos meses decías que ojalá fueras el que más destacara, y el que más se tuviera en cuenta, y el que más... - empezó a quejarse Abel, pero Zéfiro le interrumpió;
-Quería DESTACAR, pero nunca en la vida he querido ir a Londres con dos profesores y otros cuatro alumnos a intervenir en un asunto de vida o muerte.
-Aún no se sabe si es de vida o muerte. No exageres. - replicó Abel. Zéfiro le miró muy serio.
-Mi padre murió. Mi madre murió. Nunca conocí a mis abuelos. No tengo más familia y me he convertido en una rata de biblioteca, por mucho que digan que soy guapo. Lo único que me queda es ésta academia, y si la descubren, puede que la cierren. No es un asunto de vida o muerte. Es un asunto de MI vida o muerte. - dijo. Abel no supo qué responder. Ibeth se acercó para abrazarle, pero Zéfiro le apartó los brazos bruscamente. - No, déjalo. Creéis que exagero demasiado las cosas, y que no es para tanto. Bien, pues no sabéis cómo me encuentro por dentro, ni lo que pienso, ni lo que quiero en realidad. Y por supuesto las cosas no se arreglan con un abrazo. - dicho esto, se fue de la habitación malhumorado. Los ojos de Ibeth estaban vidriosos. Abel lo notó, y la abrazó.
-Lo hemos intentado. Ya sabes que es un cabezón, un idiota... y un exagerado, por mucho que él diga.

martes, 6 de diciembre de 2011

[Alberion] Capitulo I - "Un día más."

Miró por la ventana. Seguía nevando de una manera increíble. El paisaje era todo blanco, y sólo se apreciaba el patio de la escuela debido a los enormes copos de nieve que dificultaban la visión. Suspiró. Hacía tiempo habría deseado que todos los días fueran así. Hasta que ese deseo se hizo realidad. A partir de Septiembre, no había ni un solo día en la academia de Alberion que no nevara. Giró la cabeza y se miró en un espejo. Era un muchacho alto, delgado. Tenía el pelo largo, lacio y de un color rubio rojizo, sin llegar a ser pelirrojo. Tenía unos ojos marrones muy brillantes, que detonaban confianza y madurez. Iba vestido con unas Nike blancas, unos vaqueros grises oscuros, anchos, y una sudadera negra que rezaba "Oxford University" en el centro. Estaba sentado en una silla de madera antigua, en la habitación de los estudiantes de su categoría. Todo era muy antiguo, casi medieval. En su regazo ronroneaba su gata, Nía, que era gris y blanca. Después miró de nuevo su pergamino, donde estaba escribiendo uno de sus muchos relatos. Estaba más en las nubes que en el mundo real. Allí en la escuela, situada en un pequeño monte de Irlanda, sólo podían escribir con pluma y tintero, pero a él no parecía importarle. De hecho, tampoco le importaba que en dicha academia tampoco dejaran usar cualquier tipo de tecnología moderna, ya fueran ordenadores, móviles, etc. Se trataba de una academia de magia. El muchacho se llamaba Lance, pero desde que estudiaba allí se hacía llamar Zéfiro.El caso es que había accedido a entrar allí porque le recordaba a una saga de películas que vio de pequeño, "Harry Potter". Le emocionó mucho que hubiera algo parecido en el mundo real, y se las tuvo que apañar para poder viajar de Inglaterra a Irlanda él sólo, pero eso es otra historia. Estaba absorto en sus pensamientos, cuando su amigo Abel, un muchacho un poco más bajo que él, con el pelo rubio y los ojos verdes, entró sin previo aviso en la habitación. Zéfiro se giró hacia él rápidamente.
-¿No te he dicho que llames antes de entrar? - le dijo.
-Ésta también es mi habitación, ¿recuerdas? - rió Abel.
-Sí, y la uso yo más que tú. - contestó Zéfiro, serio. Abel suspiró.
-Zef, no he venido a discutir. La directora quiere ver a todos los estudiantes Aquaero en el salón principal. Ahora. - dicho esto, salió de la habitación y bajó por la escalera de caracol hasta el ala Este, donde se encontraba el salón de los Aquaero. Ésta categoría significaba que los estudiantes pertenecientes a ella estudiaban Aquaquinesis y Aeroquinesis, es decir, control del agua y el viento. La otra categoría era la Pyroterra. Como su nombre en griego indica, éstos estudiaban el control del fuego y la tierra. Volviendo a Zéfiro, éste suspiró, guardó la pluma y enrolló el pergamino y bajó tranquilamente hasta el ala Este. Después se dirigió al salón principal. Cuando entró, una vez más le recordó al Gran Comedor que aparecía en las novelas de Harry Potter. Había dos largas mesas, paralelas y horizontales respecto a la mesa de profesores. Al frente de esta mesa se encontraba la directora Alice, de unos cincuenta años, alta y estilizada. Se sentó junto a Abel y sus otras dos amigas, Cindy e Ibeth. Cindy era alta, morena y con el pelo rizado, e Ibeth era menudeta, rubia y con el pelo liso. Eran polos opuestos. Cindy era hermana de Abel, y en pocas ocasiones se iba con ellos. Se saludaron, y justo cuando Abel iba a empezar a comer, la directora comenzó a hablar.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Por ella.

Apesadumbrado, entró en su habitación, con el ceño fruncido, el puño apretado y los nervios a flor de piel. La estancia estaba totalmente a oscuras, pero a él no le importó; se recostó sobre la puerta y se dejó caer, quedando sentado en el suelo con la espalda pegada a ella. No quería pensar en nada, ni en nadie. Pasado un rato, mientras seguía sumido en sus pensamientos, oyó un golpe sordo seguido de una queja apagada con voz femenina. Volvió a la realidad, enarcó una ceja y se levantó. Sin una palabra, buscó la vela del escritorio, sacó una cerilla de su cinturón, la frotó contra la burda madera y prendió la vela. Entonces, la oscuridad de la sala se sustituyó por una tenue luz anaranjada, que tampoco permitía ver todos los recovecos de dicho cuarto. Sin embargo, era lo suficientemente intensa para que Diaco pudiera ver detrás de la mesita de noche a una persona temblorosa, cabizbaja y con temor de que le vieran. Entrecerró los ojos para intentar distinguirle, pero entonces la persona asomó los ojos por encima de la mesita, y Diaco pudo ver claramente de quién se trataba. Entonces, la expresión de asombro y mosqueo se sustituyó por una tonta sonrisa característica de un enamorado.
-Si intentas darme una sorpresa por la noche, procura hacerlo mejor. - dijo, aún sonriendo. Aquella persona se trataba de una muchacha, de estatura baja y cuerpo menudo. Tenía un pelo largo hasta un poco más allá de los hombros, liso y rubio, con algún que otro rizo en los extremos. Sus ojos eran verdes como la esmeralda, al igual que los de Diaco, pero más brillantes incluso. Una boca pequeña, pero que inspiraba una gran confianza y siempre tenía dibujada una sonrisa infantil pero que detonaba madurez al mismo tiempo. Un cuerpo bastante desarrollado y unas curvas que muchas muchachas desearían tener. La muchacha también sonrió, y salió tímidamente de su "escondite".
-Temía que con "la sociedad es una mierda" y "su gente lo es más" también te refirieras a mí... - murmuró. Diaco acentuó su sonrisa, apoyó las manos en sus hombros y dijo:
-Sería completamente incapaz de odiarte, Ellen. Te amo.
Después le rodeó con los brazos, se arrimó a ella y la besó.



Va por tí, Tina.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Primera reseña y estreno.

Y por fin podré dejar en algún sitio todas las sandeces e incoherencias que se me ocurren en cualquier sitio a cualquier hora. Para estrenar el blog, os dejo con el comienzo de Odisea al Norte, el libro que estoy acabando (...).


La puerta de la casa crujió al abrirse. Tras ella asomaron dos piernas temblorosas, y un poco después, una sombra se introdujo en la sala. Al instante empezaron a oírse golpes por todos lados, debido a que la persona que había entrado no paraba de chocarse contra los pocos muebles de la habitación, por la oscuridad de la noche. Cuando por fin consiguió llegar a una puerta, la abrió con cuidado y se adentró en la habitación. Dejó escapar un suspiro de alivio, al encontrarse con la cálida sensación que daba las dos velas encendidas de la habitación. Sin embargo, aún trastabilló un poco hasta el tosco mueble de madera en un rincón de la sala, donde había un cuenco lleno de agua y una de las velas encendidas. Buscó la cama de paja con los pies, torpemente. Cuando la encontró, se sentó en ella y se cubrió la cara con las manos, cansado. Unos momentos después, se acercó el cuenco y miró su reflejo en el agua. Era joven , de unos dieciséis años, con el pelo largo hasta los hombros, y dorado, con varios rizos repartidos por la melena. Tenía unos ojos verdes esmeralda. Después, dio un trago y volvió a dejar el cuenco en la pequeña mesa. Se levantó, dispuesto a apagar la otra vela encendida, pero se detuvo apenas unos instantes a contemplar su cuerpo y sus ropajes; tenía una estatura media, casi podría considerarse alto, aunque no era muy “fornido” propiamente dicho, pero tampoco estaba en los huesos.
Vestía la típica ropa de la época; camisa blanca de tela, un jubón de cuero, pantalones de tela y unas botas maltrechas. Luego, apagó la llama de la vela y se dirigió a la cama de paja. Luego, se desnudó casi por completo, se introdujo en la cama y apagó la segunda vela.